Como parte de Mesoamérica, México es uno de los principales centros de domesticación de vegetales y animales que se han difundido por todo el mundo, como el maíz, aguacate, chile, frijol, guayaba y guajolote. Además, cuenta con una gran cantidad de sistemas productivos tradicionales.
Desde el punto de vista de la agricultura y la alimentación, se estima que hay por lo menos 118 especies de plantas económicamente importantes que fueron total o parcialmente domesticadas por los agricultores prehispánicos, lo que convierte a México en su parte mesoamericana en uno de los principales centros mundiales de domesticación de plantas. México y sus culturas han aportado a la humanidad, además de especies de enorme importancia para la alimentación, otras especies que representan recursos actuales o potenciales, utilizables en diversas áreas de aplicación, como la farmacéutica, la agrícola y la industrial, entre otras. Algunos de los ejemplos más conocidos son el barbasco (Dioscorea sp.), que es utilizado industrialmente para extraer compuestos utilizados en la elaboración de anticonceptivos, y la jojoba, de la que se extrae un aceite utilizado como sustituto del aceite de ballena. Éstos son solamente algunos ejemplos, pero en nuestro país existen diversas especies de pinos, agaves, encinos, cactáceas, entre otros, que no crecen en otras partes del mundo y de los cuales actualmente se desconoce su contenido en compuestos aprovechables. Es quizás por ello, que aproximadamente 15 % de las especies que se consumen como alimento en el mundo tienen su origen en el territorio nacional y se cultivan cerca de 60 razas de maíz y más de 100 variantes de chile y de frijol; además, se conservan especies silvestres afines a varios cultivos de los géneros Zea (maíz), Phaseolus (frijoles), Capsicum (chiles), Cucurbita (calabazas), Lycopersicon (tomate), Manihot (yuca), Gossypium (algodón) y Persea (aguacate), entre otros (Hernández, 1998; Ortega et al., 2000).
Sin embargo, también hay que considerar que los recursos fitogenéticos están amenazados y la erosión genética ha ocurrido en mayor o menor grado. En maíz, aun cuando a nivel nacional, cerca del 70% de la superficie se siembra con variedades tradicionales, en algunas entidades, como Tamaulipas y Jalisco, la superficie sembrada con semilla mejorada supera el 70% y muchas variedades nativas han sido abandonadas. Varios estudios comparativos en frijol indican que en algunas entidades se ha abandonado la siembra, mientras que en otras, muchas variedades tradicionales han sido substituidas por cultivares mejorados uniformes; lo mismo ha ocurrido para cultivos como chile, tomate y calabaza (Ortega et al., 2000).
Históricamente la agricultura ha sido la base de la economía nacional, particularmente en el período del llamado “milagro mexicano”, de 1940 a 1960, la agricultura transfirió a la industria y a los servicios, cuantiosos capitales invertidos en el campo. En ese período el producto interno bruto (PIB) derivado de la agricultura creció a una tasa más alta que la del incremento poblacional. Sin embargo, el modelo basado en el uso de tecnología que requiere mucha agua, semilla mejorada, agroquímicos y pesticidas, maquinaria, etc., originó un creciente proceso de degradación ambiental en las zonas rurales, por lo que como una alternativa para contrarrestar tales efectos se ha seguido la tendencia internacional de la política neoliberal, a partir de la década de los ochentas, mediante la cual la inversión oficial en el sector rural, comenzó a disminuir, iniciándose un período prolongado de crisis en el campo, que se ha agudizado en la última década y se caracteriza por la caída de la demanda interna de alimentos, asociada a la caída del poder adquisitivo de los salarios, con consecuencias graves sobre la alimentación de la mayoría de los mexicanos, baja rentabilidad de las inversiones agrícolas, un fuerte desequilibrio en los precios de los productos frente al alza de los insumos agrícolas, la reducción de la inversión pública en el campo y la competencia con productos del mercado internacional.
El Estado de Jalisco es una economía de las más importantes de México, la tercera entidad en superficie agrícola y la primera en agricultura de temporal, ocupando el sexto lugar con el 4.1% (80,137 km_) de la superficie nacional, de las cuales, 1’709,322 ha son de vocación agrícola, 2’402,931 ha forestal, 3’185,717 ha pecuaria y 715,730 ha agrícolamente improductivas. Actualmente destaca además, por ser el primer productor agropecuario de la nación, al aportar el 10% del PIB nacional del sector y el 11% del PIB estatal global, ocupando el tercer lugar entre todas las entidades federativas por su aporte al producto interno bruto. Contribuye con el 20% de la producción nacional de maíz; el 12% de caña de azúcar, el 25% de huevo, el 20% del ganado porcino, el 17% de la producción lechera y más del 12% de miel, aves y ganado bovino. Su producción agrícola está orientada a los cultivos básicos para el consumo popular; éstos ocupan el 63% del total de la superficie sembrada en el estado, siendo la productividad promedio de estos cultivos del orden de 3.2 toneladas por hectárea.