Se estima que más de la mitad de la superficie habitable del planeta ha sido alterada en forma significativa por influencia humana; la destrucción de hábitat, la introducción de especies exóticas nocivas, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación ambiental y el calentamiento global figuran entre los diez principales problemas de la humanidad, siendo los primeros, los más graves en los países en desarrollo. Como resultado de estos factores, la pérdida de la biodiversidad se está acelerando a escala global; alrededor del 12% de todas las especies de aves, 23% de los mamíferos, 25% de las coníferas, y 32% de los anfibios están en peligro de extinción; el cambio climático por si solo puede conducir a la extinción adicional de 15 a 37% de las especies actuales, dentro de los próximos 50 años (Arroyo et al., 2006). Por otra parte, la mitad de los bosques tropicales y templados han desaparecido; la mitad de los humedales y un tercio de los manglares tampoco existen ya; 95% de los grandes peces depredadores se han perdido y tres cuartas partes de las pesquerías del mundo se han agotado o se explotan a su máxima capacidad. De la misma manera, se han perdido 20% de los arrecifes coralinos, y la mayor parte de las tierras agrícolas de las zonas semiáridas está muy degradada. Un alto número de sustancias tóxicas producto de la actividad industrial y agrícola se encuentra, de hecho, almacenado en los tejidos de nuestros cuerpos (CONABIO, 2006).
En el umbral del siglo XXI estamos enfrentando las consecuencias ecológicas y sociales de un acelerado proceso de transformación de las sociedades humanas en sí mismas, y de su relación con el medio ambiente. Este proceso está ocurriendo a escala global, e incluye dimensiones ecológicas, demográficas, económicas, culturales e institucionales. Desde la mitad del Siglo XX se han generado diversas corrientes de análisis de modelos de desarrollo social y económico, así como de las interacciones sociedad-naturaleza. En este contexto, se replantean los campos de acción de las disciplinas científicas que inciden en la utilización y manejo de los recursos naturales y la gestión del ambiente. Esto tiene como consecuencia la generación de nuevas ofertas académicas acordes con dichos enfoques.
Lo que establece la diferencia de este programa con otros es su enfoque integrador producción-conservación-restauración donde las ciencias básicas y aplicadas se enfocan hacia la generación de conocimientos biológicos, ecológicos, ambientales, agrícolas y socioeconómicos, que incidirán en el manejo tanto de ecosistemas como de sistemas productivos. La formación del posgrado reconoce los aspectos ecológicos y sociales como base del proceso social de gestión y manejo de los recursos naturales, que se extraen de sistemas ecológicos para satisfacer las necesidades sociales.